No hay nada más disidente que describir el entorno. Hace unos
25 años cuando aún residía en Cuba tuve una conversación con un tío, al cual
aprecio a pesar de tener ideologías diametralmente opuestas. Raúl, que así se
nombra, es lo que he dado en llamar un comunista “naive” en el sentido que
predica con el ejemplo. Vive aún como un monje rojo repitiendo la línea oficial
del gobierno. Sus fuentes las proveen las reuniones del núcleo del partido, el Granma,
los noticieros y las consabidas mesas redondas. No es capaz de ver ni una
mancha en la “inmaculada” ideología oficial.
El día de marras le jugué una pequeña trastada. Como si la memoria me fallara, le dije que no
recordaba con exactitud cómo era la esquina principal del pueblo de Minas de
Guanabacoa, -donde hemos nacidos varias generaciones de los de la Paz- cuando
era un niño de unos 4 ó 5 años. Le dije
recordar solo la bodega del chino Carlos. Raúl raudo me rectificó que habían más,
o sea, la de Carlos, la de Celedonio, la del chino Ho, la cafetería, la panadería,
una quincalla, la ponchera más abajo, la gasolinera en la misma esquina, la carnicería
de Kiquito, y otra bodega que cambio de dueño varias veces. Y siguió – la bodega de Pepín que era ferretería
también -donde él mismo trabajó desde
los 12 años -y el puesto de viandas de Tato justo frente a nuestra casa. Entonces le di el jaque mate: ¿Tío, cuántas hay ahora? Ya era tarde, había caído en la trampa.
Me permití enumerarlas: UNA SOLA. La población había aumentado 4 veces, pero las posibilidades de consumo disminuido al extremo.
A ello habría que añadirle que todas las fincas alrededor
del pueblo fueron intervenidas y se perdían en aroma y marabú. Estas
suministraban leche, quesos, legumbres, yuca, maíz, frutas y cuanta vianda se consumía.
Fue demasiado para mi tío. Enmudeció y se retiró a dormir
molesto por haber caído en la celada.