El canal 41 AmericaTeve ha
estado presentando “Leyendas del Exilio”. Una interesante e inédita serie con
figuras ya partes indisolubles de la historia contra la dictadura que por casi
60 años ha padecido Cuba. Han desfilado personalidades como Félix Ismael Rodriguez,
sagaz y valiente hombre de mil batallas y famoso por ser quien tras un arduo
trabajo de inteligencia llevó a la captura de Ernesto Guevara en Bolivia. Otros,
tan contradictorios como Posada Carriles supuestamente involucrado en el
derribo en 1976 de un avión de Cubana sobre las aguas de Barbados donde
perecieron víctimas inocentes. Sin embargo, de quien le quiero hablar es de
alguien poco conocido: El Viejo Morell quien merecería ser un considerado una
Leyenda del Inxilio.
Tuve el privilegio de
conocerlo en 1985. En ese año comencé a trabajar en el Instituto Cubano de los
Derivados de la Caña de Azúcar, cito en Vía Blanca y Carretera Central. El
ambiente del lugar era relajado con personas mayormente educadas y, por
consiguiente, anticomunistas con una fachada que mantener. La oficina que compartía
era conocida como la pecera por estar rodeadas de cristales. Dos bellas mujeres
trabajan allí, quienes fueron presentándome a los personajes que aparecían
atraídos por las féminas y el café. Primero conocí al “Hombre de Riazán”. Jesús
era su nombre y, al parecer, la demencia fue el resultado de un entrenamiento
en la antigua URSS siendo miembro del Ministerio del Interior y el contrastante hecho que su esposa lo engañara
con un tal “Pelencho”. Como era habitual, el gobierno cubano le informó sobre
los cuernos y entre el frio y el desengaño el pobre hombre enloqueció. Allí
ocupaba una posición de ayudante, aunque en verdad no estaba capacitado para
hacer labor alguna. Después, conocí a Jorge Ángel Castro, hijo del difunto
dictador, quien siempre acompañaba al novio de una las dos muchachas. Para mi
asombro, una persona sencilla y hasta de cierta nobleza. Al parecer, heredó la
genética materna. Válgame Dios.
Rondaba los 70 años y
mantenía una menta fresca con sonrisa de niño travieso. Esa fue la primera
imagen que tuve de José Antonio Morell. Al principio, alagaba a las doncellas,
tomaba café y se retiraba. Poco a poco fui notando una educación esmerada con
una inteligencia chispeante en aquel hombre pequeño y ya anciano. Por entonces,
estudiaba historia y al saberlo originario de Trinidad iniciamos charlas muy
amenas sobre su ciudad natal. Era una enciclopedia viviente. Había conocido a
figuras cimeras de la cultura nacional como a Rita Montaner y Fernando Ortiz.
De posición económica holgada provista por cafetales y otras propiedades,
promovía en Trinidad conciertos y tertulias con personalidades de las
letras, la música y el teatro. Al comienzo, tocábamos los temas políticos
superficialmente. Después, me gané su confianza hasta el punto de llegar a
considérame como un hijo. Por el supe de esa historia oculta que no decían los
libros, de los horrores del Castrismo que recién hoy el mundo empieza a dar
como verídicos.
Cheito León
En los 70’s, el ICAIC
filmó “El Hombre de Maisinicú” Para hacer el papel del “bueno”, escogieron a un
popular actor, Sergio Corriere quien encarnaba a Alberto Delgado un agente del
G2 infiltrado entre los alzados del Escambray, mayormente campesinos
y antiguos luchadores contra la dictadura de Batista ahora desertores de las
filas Castristas. Esos hombres y mujeres han sido despiadadamente vilipendiados,
la mayor parte de su historia está por contar. Entre los “malos” estaba Cheito
León. En la película, el tiro les sale por la culata. El gran actor Reinaldo
Miravalles le dio vida y con ello se robó el protagónico a pesar de presentarlo
como un asesino. El solo hecho de emboscarse en una cueva y pelear hasta la
última bala desarmó el discurso oficial en su misma trama. Voy a tratar de
reproducir lo que el viejo Morell me contó:
“Cheito era un lechero, bajito
y fuerte, noble y leal. Me trajo leche por años en una cántara que dejaba a la
entrada de mi cafetal. Muchas veces lo esperaba para conversar. No tenía mucha
educación, pero eso sí, era un hombre valiente, de pelo en pecho, sencillo y
honesto. En cuanto el comunismo se metió por allá, Cheito se alzó. Primero se
inscribió como miliciano y en cuanto le dieron un fusil agarró pa’l monte.
Mientras que pude lo ayudé a él y su gente con comida y medicinas. Cuando supe
de su muerte lloré de rabia y dolor, coño”.
SOMBRAS DEL CONDADO
La acción de Morell no
pasó inadvertida. Sin pruebas, por sospechas, fue acusado de colaborar con los
alzados, sus propiedades confiscadas y encarcelado en El Condado, Santa Clara.
Voy a dejar a mi memoria hablar por el viejo Morell.
“Éramos hombres de todas
la edades, desde niños de 12 años hasta personas de 70 o más. Teníamos mucho
miedo, digo miedo, terror. Todos hacinados en celdas muy pequeñas, sin poder
dormir, de pie, peor tratados que bestias. La gente hacia sus necesidades allí
mismo. El olor era insoportable. Algunos lloraban, los más jóvenes llamaban por
su mamá. Por la madrugada, venían los guardias a buscar a los que fusilarían.
Por lo regular, a las 2 ó 3 de la mañana. A los pocos minutos, sentíamos las
ráfagas y los gritos de Viva Cristo Rey o de los que pedían clemencia por sus
hijos. Esas imágenes no se me borran de la mente.
Recuerdo un guajiro grande y fuerte como un
tronco, ya entrado en sus 40’s. No hablaba apenas. Un miliciano guantanamero lo
sacó una noche. Pude ver por la pequeña ventanita con balaustres que daba el
patio. Lo puso primero en atención y le dijo “oye, cabrón, si te mueve’ te
acribillo a balazos”. Pasaron horas y el hombre no aguantaba ya, así que por el
peso del sueño las piernas se le doblaron.
El guantanamero le metió un culatazo y le colocó en los brazos una
botella vacía. ¡Fijate, ese es tu
bebé…mécelo coño! El guajiro empezó a mover los brazos como si cargara a un
niño ¡Ahora, cántale pa’ que se duelma! El campesino continuó moviendo su
botella sin abrir su boca. El guardia entonces le disparó cerca de los pies y
le gritó: ¡Coño o le cantas o yo te canto
el manisero! Aquel señor dejaba escapar un susurro que más que un canto era
un lamento. Al final, cansado de su propio juego, el guardia le permitió
regresar a la galera. Después supe que fue fusilado.
Otro caso penoso fue el de
Vicente, un campesino de 55 ó 60 años. Dueño de una tierrita con algo de
ganado, casi limítrofe con mi cafetal. Casado con una bella trinitaria tenía
dos hijas hermosísimas. Eran su tesoro. Lo agarraron subiendo medicinas para la
gente de Carretero. Era un tipo bien
cojonudo. Fue brutalmente golpeado y mostraba la espalda llena de bayonetazos,
pero ni aun así echó pa’ lante a nadie.
Un teniente de Santa Clara vino a verlo. Lo llamó por su nombre y le pidió que
se acercara a la reja. “Tengo buenas
noticias para ti, compadre”. Anoche visitamos a tu familia… te mandan
recuerdos…” Deslizaba sus palabras con una sonrisa burlona. Vicente lo
miraba a la cara y le respondió: no se metan con mi familia que na’ tiene que
ver en esto. “Vamos, chico si anoche
compartimos con ellas. No tienes por qué ponerte bravo. Me encantó el lunar que
tiene tu mujer en las nalgas. Se ve bien mono”. Habían violado a las tres.
Vicente le gritó cuanto improperio le vino la mente mientras el teniente le
daba más detalles de la barbaridad llevada a cabo por él y sus milicianos.
Vicente se ahorcó esa misma noche con la camisa amarrada a la reja.
SANDINO
Vamos, que se van de paseo. Fueron las palabras el jefe del recinto. Nos montaron en un tren y nos mandaron para
Sandino, un pueblo que está prácticamente en lo último de Pinar del Río.
Aquello era un infierno. Lleno de alambres de púas por todas partes y guardias
armados. Nos metieron en unos barracones. A los pocos días, un capitán me llamó
a la oficina. Una persona educada y no
creo que cometiera atropellos contra los presos. Me pidió que les diera clase a
los analfabetos, ya que el gobierno quería reeducar a todos los que habían
cometido “errores” y darles la oportunidad de redimirse. En verdad, el
escándalo de los concentrados en Sandino era conocido ya fuera de Cuba y
asociada con la llamada “Reconcentración de Wayler”, tristemente célebre, cuyo
ejecutor fue el Capitán General Valeriano Wayler durante la guerra del 95.
Ambas perseguían el mismo objetivo, o sea, evitar el apoyo de los campesinos.
En el primer caso, a los mambises que luchaban contra España. En la otra, a los
alzados del Escambray; consumada por el hijo de uno de los españoles que luchó
contra los mambises e imponía ahora una dictadura comunista.
A los dos años, me
pusieron en libertad. Al menos me dejaron la casa de Trinidad.
ICIDCA (Instituto Cubano de los Derivados de la Caña
de Azúcar)
Al salir, me radiqué en
La Habana. Como era representante de la Cía.
General Electric me ofrecieron una posición en Puerto Rico. Mi hija ya había
nacido y no quería criarla fuera de Cuba. Por lo demás, quien debía y debe irse
es “él”. La familia Morell llevaba más de 400 años afincada aquí. No como la de
“él” que llegó ayer a robarse primero las tierras en Birán y después todo el
país. Bueno, recién fundado el ICIDCA me ubicaron aquí como Jefe de
Refrigeración hasta el día de hoy”.
LOS POTROS DEL CABALLO
Además de Fidelito, Jorge Ángel y Alina, supe por Morell que
Fidel Castro tuvo al menos cinco hijos más.
“Dalia Soto del Valle es
la hija de un amigo mío de Trinidad. Maestra de profesión, y una mujer bonita.
Por supuesto, al tipo siempre le han gustado las burguesas de buen porte. Me
enteraba cuando les nacía un hijo por el suegro del “caballo” quien cuando
visitaba Trinidad me decía: Oye, mi hija le dio otro potrico al caballo. Así,
conté hasta cinco.”
Pudiera contar muchas
cosas más de Morell, pero prefiero terminar agradeciéndole las atenciones que
tuvo conmigo y mis hijos. Más importante aún, el consejo que me dio en 1994.
Harto de tanta dictadura y
limitaciones, firmé la Iniciativa Ciudadana suscitada por Osvaldo Payá Sardiñas
(posteriormente, Proyecto Varela) consistente en enviar 20 mil firmas a la
Asamblea Nacional para por medios legales promover un cambio a la constitución
que resultara en una transición pacífica hacia la democracia. También junto a
mi gran amigo -un hermano- Braulio García creamos una célula que llamamos
Movimiento Nueva Generación. Su objetivo era luchar en el campo ideológico contra
el comunismo. Le hice saber a Morell sobre mis pasos. Me miró fijo a los ojos y
me dijo: Mi’jo, no deje que se ceben en
ti. No vale la pena. Vela por tus hijos.
Seguí su consejo y ese
mismo año llegué a los Estados Unidos donde pude criar a mis hijos y hacerlos
hombres de bien. Dejó este mundo en febrero de 1995 con la pena de saber que el
que tenía que irse aún se aferraba al poder.
Muchas Gracias Morell.