Esos ojos me han mirado por dentro, escudriñando los pensamientos para apresar toda la verdad como un soplo de brisa. Al instante nos hemos reconocido, pese a simular lo contrario. Sus cabellos aún mantienen el brillo natural; describiendo rizos entrelazados por canas anunciadoras del paso del tiempo. Ese que nos separó y, ahora, súbitamente, está presente, detenido por el encanto de la memoria, cual hechizo que golpea sin compasión.
Este empleo me costó dios y ayuda lograrlo. Después de una rigurosa selección, fui elegido entre muchos candidatos. Se tomó en cuenta la preparación profesional y los antecedentes políticos, incluída la condición de militante del partido comunista. Trabajo aquí hace más de dos años, lo que ha sido una bendición para mi familia. Con las propinas en dólares mantengo a dos hijos, además de ayudar a la vieja y a mi hermano. Me relaciono con extranjeros, a quienes atiendo en la terraza de la piscina. Modifiqué la forma de dirigirme a las personas -- Ahora digo “señor” o “señora”-- Al principio creía que blasfemaba cada vez que abría la boca, pero ya me es familiar.
Paradójicamente, ahora hablo en inglés sin temor a ser acusado de diversionismo ideológico. ¡Cómo cambian los tiempos! Es más, comencé a aprender francés ¿del ruso?... del ruso ya nadie se acuerda. Sin dudas, debo considerarme un ciudadano privilegiado.
Ni en la casa, y menos con los amigos que quedan en el barrio, he comentado que es uno de los huéspedes mas codiciados desde el sábado pasado. He sentido su mirada cándida, sin odios, como un látigo que castiga con la complicidad de conocer ese pasado capaz de calar hasta el tuétano de los huesos. Preferiría descubrir tras sus púpilas un halo de resentimiento, vestigios de los vituperios arrojados un día a su rostro. Pero no, no los hay, sino gestos suaves y firmes compulsados por una voz sin afecciones.
Hoy es el último día de su estancia en el hotel. Estos turistas parten de regreso después del anochecer. Distingo su figura sentada en una de las mesas de la terraza, sin mas compañía que la tarde que despide los últimos rayos de sol. El maître me indica con un gesto que debo atender al huésped solitario. Dudo, pretendo no percatarme. Me repiten la seña con movimientos más acusados. No tengo otra opción. Voy hacia él.
Los días anteriores logré hacer mi presencia menos evidente oculto en el camuflaje que produce la música mezclada con el bullicio de la nutrida clientela. Ahora, sólo un milagro evitaría el encuentro. Es inevitable. Sabe que es una de las mesas que debo atender. Es más, quizás quiera echarme en cara los años de ausencia, las ofensas y golpes recibidos en la tempestad que volcó a las familias contras las familias, a los hermanos contra los hermanos, a los amigos contra los amigos........
Por fin, estoy frente a él. El pulso vibra incontenible, la voz se me escabulle sin permitirme repetir la fórmula conocida. Mis labios articulan palabras titubantes ahogadas por la respiración entrecortada:
-- Buuuenas tardes, señor. ¿Qué desería...?
-- Buenas, Luis.
Mi nombre ha brotado fluido. Sus cuerdas vocales no han vacilado. Aparento estar distraído y hago círculos en la libreta de tomar los pedidos. Ahora se yergue y siento su mano sobre mi hombro.
-- Luis, sigo siendo tu amigo. No te apenes. Sé que no tuviste más alternativas.
Apenas logro sostenerme. No puedo levantar el rostro. Una fuerza oculta ha clavado mi mentón sobre el pecho. Siento su aliento y el calor de sus brazos rodear el entorno de mis hombros. No dice más palabras. Antes de retirase, deja caer unos dólares en el bolsillo de mi guayabera. Estático, en medio de la conmoción, siento sus pasos alejarse hacia el lobby. En mis oídos se agolpan, como un eco perdido en la obscuridad, las voces que alejaron a Andrés del preuniversitario y a su familia del barrio. Retumban, golpean cada poro, y hacen crispar mis dedos dentro de los bolsillos, haciendo trizas todo cuanto encuentro.
“ ¡Qué se vayan, qué vayan....... abajo la gusanera!”
El maître me llama, pero no presto atención. Lloro, lloro como un niño al develarse toda la verdad como un soplo de brisa.
La Habana, 1 de mayo de 1991. (11 aniversario del Exodo del Mariel)
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