EL
19 DE MAYO
Nunca
se sabrá con certidumbre cómo se produjo la muerte de Martí. Hay tantos
testimonios contradictorios que, cuanto más se ahonda en el asunto, parece que
menos se sabe de él. Las muertes en la guerra de muchos de nuestros patriotas
Céspedes, Agramonte, los Maceo, Flor Crombet no arrojan un saldo tan rico de
leyendas como la acción de Dos Ríos. Es que constituyó un acontecimiento de
gran trascendencia y algunos quisieron ajustarlo a su opinión o beneficio.
Además, los hechos se desarrollaron sin tiempo para fijar detalles en la
memoria y, ya pasados, como siempre sucede, la misma imprecisión alteró más el
recuerdo.
De
la muerte de Martí se ha dicho que fue voluntaria, por su vocación de mártir, y
que fue un suicidio, por los disgustos de La Mejorana; que se debió a la
impericia del jinete, y que la provocó el deseo del recién nombrado Mayor
General de entrar en combate. Se ha dicho que lo mato una guerrilla de Palma
Soriano, y que fue víctima de una escaramuza con la columna de Ximénez de
Sandoval; que fue la única baja cubana, y que cayó con todo su Estado Mayor. Se
ha dicho que murió enseguida, y que después de hablarle lo remató el práctico
Oliva; que la culpa la tuvieron los jefes insurrectos, por su imprevisión, y
que la culpa la tuvo el propio Martí al desobedecer la orden de quedarse en la
retaguardia. Y hasta se llegó a decir que llevaba un salvoconducto para
entrevistarse con los españoles, que lo habían asesinado los cubanos, que el
combate no fue el 19 de sino el 20 de mayo, y que el cadáver que se enterró en
Santiago de Cuba no era el de Martí. Y estas versiones, y aun otras, inmediatas
al suceso, fueron las que circularon o se imprimieron al darse la noticia en La
Habana, Oriente, Madrid, Santo Domingo y en los centros de emigrados en Nueva
York, Tampa y Cayo Hueso.
De
las declaraciones de Máximo Gómez, y de la falta de un parte oficial, nace la
confusión. Lo que anota en su Diario, y luego repite en cartas, es distinto de
lo que dijo en aquellos días a George E. Bryson, el corresponsal del New York
Herald: una vez contó que Martí quiso seguirlo cuando él cargaba contra el
enemigo; otra que ya estaba camino a Jaragua, donde embarcaría hacia Jamaica.
La ropa, el dinero y los otros objetos con que lo recogieron los españoles, más
bien denuncian el viaje, pero el desamparo en que se vio, la falta de escolta,
mejor se explica si pensaba quedarse en el campamento de Vuelta Grande y que de
allí se lanzó, imprudente, sobre el enemigo. Muchos años después, ya muerto el
Generalísimo, Ximénez de Sandoval lo culpaba por el desastre cubano.
No
menos confundieron el asunto los españoles. Las condecoraciones, los ascensos y
las recompensas posibles por el rico botín, deformaron muy pronto la
participación de los actores. El informe del general Salcedo no concuerda con
la narración del coronel Ximénez de Sandoval, quien se contradijo también en
varias oportunidades; ni se pueden conciliar las declaraciones del médico Juan
Gómez Valdés con las del cabo Juan Trujillo, y las muy tardías de los soldados
Maximiliano Loyzaga y Cayetano Martí Arias. Igual sucede entre los cubanos: el
testimonio de Dominador de la Guardia no coincide con lo que contó su hermano
Ángel, y también difieren los detalles de Ramón Garriga, Juan Masó Parras,
Artigas Manduley, Rosalío Pacheco, Marcos del Rosario, Loynaz del Castillo y
Enrique Collazo, todos presentes en Dos Ríos o muy vinculados a las mejores
fuentes de información.
El
más difundido de todos los recuentos, y quizás el más cercano a la verdad, es
el que publicó en 1906 el general José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de
Antonio Maceo. Dice éste:
...al
final del almuerzo oyéronse algunos tiros de fusil lejanos y, casi
simultáneamente, dos jinetes de una de las avanzadas traían la noticia de que
los españoles se aproximaban, sin poder determinar nada más. Tocóse llamada y
tropa, y montó a caballo Amador Guerra... Allí acudieron enseguida Gómez y
Martí, Masó, Borrero, Masó Parras y varios oficiales y soldados... Gómez
requirió a Martí con estas palabras: "Martí, retírese, éste no es el lugar
de usted". Martí no obedeció... Martí se hallaba a caballo con el revólver
empuñado, de frente al enemigo, a un lado del monte. Pasó por allí un oficial,
Ángel de la Guardia, que iba a unirse al general Masó, después de haber
cumplido una orden de éste, y díjole Martí "¡Joven, vamos a la
carga!"; y salieron los dos al limpio, al espacio menos intrincado, en
medio de la confusión de aquellos momentos. Cayó Martí de dos balazos, uno de
ellos mortal; fue herido el caballo que montaba, regalo de José Maceo... Gómez
buscó con prontitud a los más conocedores del campo para arrebatarles el trofeo
a los españoles, pero éstos, que habían identificado el cadáver de un modo
inequívoco... forzaron la marcha de retroceso para que la agresión de Gómez no
los cogiera en el camino más peligros... La gran desgracia acaeció a la una de
la tarde del 19 de Mayo de 1895; era domingo.
Martí,
por su parte, de alguna manera contribuyó a algunas de las versiones sobre su
muerte. Había él previsto las dificultades que le esperaban al llegar a Cuba, y
sus cartas debieron alarmar a sus más cercanos colaboradores en la emigración.
A veces se mostraba seguro de la maldad de algunos de los insurrectos, y del
sacrificio que le esperaba. Desde Santiago de los Caballeros, preparando el viaje
con Gómez, le escribe a Gonzalo de Quesada: "Si me dejan poner vivo el pie
en nuestro país, ¿quiere que le diga desde ahora cómo y de quiénes, uno por
uno, será la campaña, implacable, de la codicia burlada, del miedo de no ser
ayudado de mí en el apetito del poder, del desamor natural en ciertos hombres a
una honradez más enérgica que su tentación? Viejos y jóvenes, de una región y
de otra, odiándose entre sí, y sólo unidos en celarme, se están ya afilando los
dientes". Y de sus dudas respecto al regreso, añadía: "¿Lo volveré a
ver? Vamos de frente y acaso no vuelva". Poco después, desde Montecristi,
le avisa a Estrada Palma, también en Nueva York: "Yo creo que, al fin,
podré poner el pie en Cuba, como un verdadero preso. Y de ella se me echará sin
darme ocasión a componer una forma viable de gobierno". Veía Martí surgir
el conflicto que en 1884 lo había distanciado de Gómez y de Maceo, por la
resistencia de los militares a que la guerra llevara en sí la república. Y
agrega Martí adivinando el futuro: "De mí, ya le digo, voy preso, y seguro
de mi inmediato destierro".
Pronto
se confirmaron sus temores. Llegó La Mejorana. En la casa de vivienda de aquel
ingenio, Maceo, dolido aún por su disminución ante Flor Crombet, maltrata a
Martí: promete enviar cuatro representantes a la asamblea que se prepara,
"y serán gentes", dice, "que no me la pueda enredar allá el
doctor Martí" y concluye impaciente: "¿Pero usted se queda conmigo o
se va con Gómez?... Lo quiero menos de lo que lo quería". Y Martí comenta
en el mismo Diario en que recogió lo anterior: "No puedo desenredarle a
Maceo la conversación... me hiere y me repugna". Gómez no se supo imponer:
aún sin definirse la organización de la guerra, prefería que Martí regresara a
Nueva York. Martí quiso esperar hasta el primer combate. ¿Iba a Manzanillo o
seguía a la reunión de Camagüey? Quizás Martí enjuiciaba con severidad a Gómez
en las páginas que perdió el Diario después de Dos Ríos.
A
partir del 19 de Mayo no se habló más de las graves discrepancias. Hicieron bien
entonces en ocultarlas: Masó con su parquedad, Gómez con sus declaraciones
ambiguas, Maceo con su pertinaz silencio junto al de otros mambises. Martí
había sentado la pauta: después de La Mejorana volvió sobre todos con su
palabra generosa. Pero el disgusto se filtra en el Diario: "No me le digan
a Martí presidente", ordena Gómez; "Martí no será presidente mientras
yo viva". Y Martí agrega: "Voy aquietando... y a la vez impidiendo
que me muestren demasiado cariño... Escribo poco y mal porque estoy pensando
con amargura"; y en el secreto de esas confesiones se pregunta sobre el
beneficio de ceder: "¿Hasta qué punto será útil a mi país mi
desistimiento? y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener
libertad de aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás
preveo... aunque, a campo libre, la revolución entraría, naturalmente, por su
unidad de alma, en las formas que aseguraría y aceleraría su triunfo..."
Era el 14 de mayo.
Martí
fue una pérdida enorme para Cuba, para la futura república, para la humanidad,
pero su muerte sirvió a la revolución. Volver en aquellas condiciones a los
emigrados no hubiera sido tan provechoso como lo fue Dos Ríos. El sacrificio de
Moncada, de Flor, y los que luego vendrían, el de Serafín Sánchez, el de los
Maceo, y de tantos otros, y las grandes hazañas militares, lo habrían
disminuido en su gestión de propaganda, más con el cargo que pesaba sobre él,
desde la intentona de 1884, y la carta de Enrique Collazo, acusándolo de
cobarde y de vividor. Era convertirse en lo que él llamaba "patriota de
salón". Ni quedarse podía, vigilado con suspicacia, "preso";
lastimando celos porque su fervor hacía prosélitos entre militares y civiles; o
como lo calificó Maceo, convertido en un "defensor ciudadanesco" de
las trabas de la guerra; o con el "traje de señorito en la manigua,
paseando entre soldados", como lo pintaba la prensa española en su campaña
de descrédito.
La
tragedia de Dos Ríos no fue la muerte de Martí, fue el convencimiento a que
llegó de que él era el obstáculo para el triunfo de la revolución. Y no se
equivocaba: sin su presencia, "a campo libre", no quedó, como deseaba
Maceo y temía Martí, "la patria"... como Secretaría del
Ejército". Cuatro meses más tarde la Constitución de Jimaguayú consagraba
su plan: un gobierno civil y sólo la guerra en manos militares, o en sus
palabras, " el ejército libre, y el país, como país, y con toda su
dignidad representado". En su última carta había dicho: "Sé
desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento".
De
las sombras que envuelven el 19 de Mayo aún puede sacarse buena luz. Con ellas
se logró esconder la disensión cubana, herencia de la guerra anterior. Entonces
fueron útiles. Hoy no lo son. Ver a aquellos hombres bregar y discutir, ante la
enorme empresa, los acerca a nosotros. Ya que en virtud y en amor a la patria
nos quedamos tan lejos, en sus yerros podríamos encontrar, sobre posturas y
divergencias, aliento para continuar la lucha.
Pero
la mayor lección del 19 de Mayo está en el torneo que muestra del hombre y sus
principios, y verlos en franco triunfo sobre la misma vida que les daba a ellos
vida. Ver la fuerza de la verdad probar su linaje hasta el aniquilamiento y la
última reducción de quien la posee.
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