Obama llegó al poder en las crestas de un tsunami popular. Su nombre era sinónimo de CAMBIO en una nación harta de la arrogancia y los desafueros de un gobierno inepto. De la noche a la mañana, un desconocido joven negro de Chicago saltó del senado a la Casa Blanca. El mundo rugió ante el hecho insólito y prematuramente vino el premio Nobel de la Paz y el mito internacional corrió como pólvora. Se sintió capaz de todo, pero olvidó lo esencial. Acometió la reforma al sistema de salud, desafió las financias de Wall Street, y hasta quiso traer las Olimpiadas a los Estados Unidos.
¿Era eso lo que esperaban sus votantes?
Sí y no. Todo ello, o casi todo, era y es necesario, solo que a su justo tiempo. La prioridad es y sigue siendo el 10% de desempleo, la economía que roe al pueblo y le hace perder sus casas y trabajos, las aspiraciones a no hacer del sueño americano la pesadilla que es hoy en día. Por eso lo elegimos. No se puede seguir argumentando que en 18 meses no es posible deshacer el nudo Busheano. De hecho, en cierta medida, continuó la fallida política de endeudar más al país entregando sumas astronómicas al mismo capital que nos llevó a esta severa crisis. Ese dinero en manos de los trabajadores y la clase media en forma de préstamos hubiesen revertido, sino total, al menos parcialmente, la situación actual creando empleos, promoviendo nuevos negocios e inversiones para salir del atolladero.
La barrida electoral republicana de ayer 2 de noviembre de 2010 no es el resultado de la popularidad del Tea Party, sino del descontento ante el camino torcido escogido por el Presidente.
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