En nuestro lenguaje usamos frases que resumen complejas ideas con pocas palabras. Muchas de estas expresiones tienen su génesis en hechos costumbristas o históricos que relatan determinados acontecimientos y han sido difundidos por la tradición para la posteridad. En el mundo latino, al legado de dichos y proverbios traídos a América por los conquistadores hispanos, se han añadidos los creados por el ingenio popular en más de cinco siglos de transculturación. Una de estas frases fue acuñada en Cuba durante la segunda mitad del siglo XVIII.
Los cubanos somos muy dados a usar dicharachos para matizar nuestras conversaciones de una manera sentenciosa y humorística. Entre las expresiones de mayor colorido, tenemos la bien conocida Hora de los Mameyes, usada en referencia a una última instancia o al resumir consecuencias extremas de determinados actos.
La frase está relacionada con un hecho histórico ocurrido en 1762. Por aquel entonces, Francia, España e Inglaterra batallaban en la llamada Guerra de los Siete Años –una de las tantas contiendas de aquella época por el dominio de las colonias y el comercio mundial - Como parte de la estrategia bélica, los anglosajones decidieron apoderarse de la Perla de las Antillas. Siendo así, que en agosto de aquel año se produce la famosa Toma de La Habana por los Ingleses. Durante los once meses de ocupación, los isleños gozaron de libertad comercial y consecuente prosperidad económica. A pesar de ello, nunca sintieron simpatías por los invasores. Eran los años en que germinaba la nacionalidad cubana y los nativos vislumbraban ya su propia identidad. Prueba de esos sentimientos los dio el humor criollo.
A la entrada de la bahía de La Habana, aún hoy se alza majestuosa la fortaleza de Castillo del Morro. Desde tiempos inmemoriales hasta el presente, desde aquí se ha disparado el célebre Cañonazo de las Nueve. En la etapa colonial, el disparo indicaba a los vecinos la hora del cierre de las murallas para proteger la villa de los frecuentes ataques de corsarios y piratas, los que azotaba por entonces el mar Caribe. Instalados los británicos, continuaron utilizando este recurso pirotécnico para anunciar el inicio del toque de queda. El pueblo, con su picaresco sentido del humor, percibió la similitud de los colores del uniforme militar inglés con una de las frutas más populares del país: el mamey. Casacas de rojo intenso como la masa del fruto y polainas negras como su semilla; no podían ser mejores símiles. De ahí, que recibieran el mote de “mameyes” los soldados y La Hora de los Mameyes su cañonazo. Con ello, se mofaban de la autoridad de los nuevos inquilinos coloniales y validaban el dicho que A mal Tiempo; Buena Cara.
Como centurias atrás, los habaneros esperan cada día escuchar su tradicional cañonazo a las nueve en punto de la noche. A esa hora, los enamorados se extasían contemplando una noche estrellada perdida tras la farola del Morro; los pescadores miran al cielo descifrando los acertijos del tiempo; y, nosotros, los exiliados, añoramos el susto del transeúnte desprevenido al sentir el estruendo del viejo cañón. Sí, porque a la Hora de los Mameyes, también somos cubanos.
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