Vivir apenas 42 años, de ellos, sólo 18 en Cuba, haber creado una obra enciclopédica pletórica de maestría, lucidez de contenido y estilo, incursionar en todos los géneros literarios, ser aclamado a teatro lleno por su obra prima “Amor, con Amor se Paga” escrita toda en impecables versos, poseer un verbo incandescente con fluidez electrizante, magnetizar a la audiencia con carisma y elocuencia, ser considerado el Apóstol de la Independencia de Cuba, haber consagrado su vida y obra a un fin mesiánico, tener hasta un calvario y muerte cual Cristo Redentor: son todos muchos atributos para un hombre de tan corta vida.
Este Martí Universal, maestro, periodista, diplomático, abogado, orador, filósofo, literato iniciador del Modernismo, creador del Partido Revolucionario Cubano y arquitecto de su plataforma política, convincente redactor del Manifiesto de Montecristi, espíritu catalizador entre los Pinos Viejos y los Pinos Nuevos para llevar la Guerra Necesaria de 1895, empedernido amante de los principios democráticos, crítico temprano del Marxismo y del naciente imperialismo norteamericano, este Martí nuestro y del mundo, fue mucho Martí para pasar sin ser mellado por la envidia y la incomprensión de los hombres.
Con sólo 9 años, halló la desavenencia en Don Mariano, el adusto español quien, siendo ajeno, engendró la simiente más genuina de la nacionalidad cubana. El conflicto estalla y éste busca refugio en su padre espiritual, el maestro Mendive, a quien confiesa que únicamente su recuerdo evitó el suicidio al ver humillada su gallarda hombría por quien de ella debía ser guardián. El valenciano no podía entender por peninsular y quizá, sobre todo, por no querer perder a su primogénito dentro de las garras de los suyos. Doña Leonor, amante y comprensiva, lo protege sin entender los desvaríos del genio que la enamora con palabras del alma, acallando su desvelos e inquietudes. Así fue irguiéndose, devorando la biblioteca del maestro, asombrando a condiscípulos y maestros con su aprendizaje sólido y a zancadas sin dar cabida al orgullo mezquino; sino al sano saber que proyectaría al intelectual más genuino nacido en cuna de hollín y entre pregones callejeros.
Cuando lo sorprenden sus 16 años, ya ha escrito su primera obra en versos “Abdala”, publicada en “El Diablo Cojuelo”, periódico fundado junto a su amigo-hermano Fermín Valdés Domínguez. Cada palabra vertida es sólo el preludio de lo que sería su vida: El amor ilimitado a la patria que no es el odio al español, sino a la ideología que arma al opresor. Una carta escrita a aun antiguo condiscípulo precipita su destino. En ella lo increpa por apóstata al verlo marchar junto a los voluntarios por las calles de La Habana. La Guerra de los Diez Años ya ha estallado, se combate en los campos con la Bandera de Céspedes y el Himno de Perucho Figueredo. La represión se hace virulenta y los voluntarios abanderados de ella. La casa de Mendive es asediada, irrumpen los sedientos voluntarios, el maestro es detenido. Sus discípulos más cercanos correrán la misma suerte. La carta es hallada en un registro hecho a la casa de Fermín Valdés. En el juicio Pepe asume íntegra la responsabilidad por la autoría. Como resultado, es condenado a trabajo forzado en las canteras de San Lázaro.
La galera es dura, pero peor aún los horrores que desbordaran sus ojos y más tarde denuncia en el alegato “El Presidio Político en Cuba”. Por mediación de su padre –quien de rodillas frente a él rompe en llanto al verlo herido por el hierro- y ante el ruego de la madre, lo trasladan a Isla de Pinos. Más tarde la pena es conmutada por el destierro. Llega a la Madre Patria con apenas 18 años y una herida de grillete que nunca sanará.
España le abre sus puertas. Pronto se le une Fermín. Sin dejar de pensar y menos abogar por Cuba, fructifica el tiempo nutriéndose del saber, a tal punto que en unos pocos años alcanza las licenciaturas en Derecho con la de Filosofía y Letras. En Zaragoza encuentra el amor en una doncella por primera vez. En tanto, su familia se ha radicado en México. Allí acude a mediados de 1875. Atrás ha quedado el adolescente, el hombre va al encuentro de su destino.
La tristeza se viste de luto: Ana, la hermana más pequeña, se ha ido. El sustento de la familia proviene del empleo como sastre de Don Mariano. Pepe quiere hacer por ellos. Aparece en su vida Don Manuel Mercado, ese gran amigo que lo da conocer en sociedad y dentro de los círculos literarios. Su figura pronto se acrecienta y su verso se expande en revistas y periódicos, mientras su prosa viva impresiona por fluida e incandescente. Sin embargo, pronto debe volver a hacer las maletas: El Presidente Lerdo de Lozada es derrocado por Porfirio Díaz. El General persigue a los opositores del golpe. Martí, quien ha defendido públicamente el orden constitucional y los valores democráticos reformistas encarnados por el seguidor de Don Benito Juárez, es aconsejado por sus amigos que salga lo antes posible del país, so pena de ser encarcelado por el recién instaurado tirano.
Guatemala lo recibe de manos del compatriota exiliado Don Aguirre, rector de un afamado colegio donde comenzará su carrera como Profesor. La sociedad intelectual y política le brinda una cálida acogida. Inclusive, Aguirre lo presenta al Presidente Justo Rufino Barrios, quien gobierna el país con firmeza y la fusta en mano. Métodos no aprobados por quien desde entonces empezaría a ser llamado Maestro. Su caudal se vierte en aquella juventud seducida por el candor del joven intelectual. La universidad también lo quiere en su claustro y ya solo se habla del fenómeno cultural que conmueve la nación. ¿Quién ese cubanito que con sólo 23 años acaudala el saber de siglos?
El corazón de una doncella se estremece. Se ha enamorado de su maestro, quien también la visita para compartir partidas de ajedrez con su padre, el General Granados. Allí siente el calor del hogar ausente. El se extasía al escucharla tocar los clásicos al piano; ella suspira y se ruboriza de tan solo rozarlo con los ojos. Atrás, en México ha quedado Carmen Zayas Bazán, la prometida en matrimonio. El caballero no falta a su palabra. Su pecho está herido: una flecha es de Carmen; la otra de Maria Granados. Cumple su palabra. Va y regresa casado. Maria enferma y su muerte inspira los versos del poema “La Niña de Guatemala” donde se mezcla el dolor con una confesión de amor expiadora de culpas.
Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente ¡la frente
que más he amado en mi vida!
El rector y amigo es despedido injustamente. Martí no puede menos que renunciar ante tamaña iniquidad. Nada valen los ruegos de su esposa y de las personas que le quieren bien. Ha perdido su sustento, ha ganado un peldaño en la gloria.
La tregua necesaria de la Paz del Zanjón le permite regresar a Cuba. Allí se ha restablecido su familia. Carmen alumbra al fruto de ambos en la patria. Gracias a buenos amigos, logra ejercer la abogacía. Conoce al joven mulato Juan Gualberto Gómez. Los dos, al decir de Viondi –abogado para quien Pepe trabaja- los únicos conspiradores de Cuba. Deseando darles privacidad, éste les asigna una oficina al fondo para sus debates políticos. Martí enardece y genera pasiones con sus presentaciones en el Liceo de Guanabacoa. Hasta allí ha ido el General Blanco, Gobernador y Representante de la Corona Española. No se contiene, explaya su verbo cual látigo libertario. El jerarca peninsular cree haber escuchado a un loco, pero un loco muy peligroso. No se equivoca. Pronto preside el comité occidental insurreccional. Contacta con los clubes revolucionarios en Estados Unidos y otros países, ya la guerra esta a punto de estallar. La revuelta es descubierta. De nuevo el exilio.
Se establece en Nueva York. Allí reside la dirección del movimiento. Su voz no cesa, moviliza, recauda cada centavo para las batallas por venir. Estalla la Guerra Chiquita que se marchita prematuramente al ser capturado el General Calixto García. Comprende entonces una amarga verdad: No es posible la Guerra ahora. Se necesita una tregua para hacer renacer el alba de la independencia de las cenizas de la Guerra Grande. Pero el pierde más: Carmen ha regresado a Cuba con su “príncipe enano”. Lo esperaba, lo presentía, nada puede hacer. Ella quiere al esposo que cuide del redil; él tiene un destino apostólico que no puede eludir.
¿A dónde ir ahora? Venezuela será su próximo destino. Caracas lo recibe como a un buen hijo. El literato periodista cala hondo en la tierra de Bolívar. La intelectualidad y la juventud lo convierten en ídolo. Pero en su vida prevalece el deber y no el acomodamiento. Guzmán Blanco, el otrora revolucionario, el educado patriota llegado al poder tras un movimiento revolucionario se convierte en el némesis de sí mismo; liquidando al héroe para erguirse en dictador. La Revista Venezolana, fundada por Martí, es el pulso del país andino. Cecilio Acosta, el sabio, humanista y maestro venezolano no ha secundado al caudillo en su artero golpe. Este no le perdona y lo condena a un ostracismo que únicamente los hombres de corazón en pecho traspasan para acudir al lecho donde languidece el ilustre patricio. Nuestro Apóstol está entre ellos. Guzmán no es ajeno a su padecer. Sabe que cuando otros le adulan, La Revista Venezolana nada escribe sobre el “Gran Redentor”. El detonante pronto estalla. Cecilio ha muerto. Martí escribe una bellísima necrología: “Ya está hueca y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa”. La alusión es el sello que cierra este capítulo. Debe salir inmediatamente. Un vapor lo lleva de vuelta a los Estados Unidos. Corre el mes julio de 1881.
Nueva York de nuevo. Atrás quedan las vivencias que forjan al Martí continental en una nueva dimensión sintetizada en su carta al despedirse de Venezuela: “De América soy hijo, y a ella me debo”. El país andino quiere más de esa pluma que lo hizo vibrar en reflexión. Firmando de forma anónima, logra burlar la censura oficial y continuar publicando desde los Estados Unidos.
Esta etapa de su vida es menos conocida y, por ello, más propensa a la distorsión. Rupturas, sentimientos y amor estarán presentes.
Carmita Miyares y sus hijos se convierten en el refugio del hombre incomprendido y abandonado por su esposa. Estos versos suyos dicen más que mil palabras:
¡Como una enredadera,
Ha trepado este afecto por mi vida!
Díjele que de mi se desasiera,
¡Y se entró por mi sangre adolorida
Como por el balcón la enredadera!
La mujer viuda encuentra el consuelo; el hombre errante la comprensión y el calor del hogar. Ella no sólo conoce sus ideas, sino que las comparte. El Maestro tiene en Carmita un sólido apoyo para su labor revolucionaria, a la que ella se incorpora plenamente. Es una mujer inteligente que lo previene -con su fina intuición femenina- de peligros insospechados; identifica a los posibles traidores; ordena, clasifica y custodia su papelería porque él así lo quiere; comparten juntos los éxitos y las tristezas; sus lágrimas se mezclan, sobre todo cuando el Plan Fernandina fracasa por la traicion y casi todos es ocupado por el gobierno americano, poniendo en peligro la Guerra Necesaria. Carmen Miyares es para Martí, justamente, la mujer que su vida requiere. Se esfuerza para limar asperezas entre el líder revolucionario y otros conspiradores que no siempre entienden su proyecto para Cuba, que se sintetiza en estas palabras: “Con todos, y para el bien de todos”.
Así expresó Carmita el sentimiento que los unía:
“[…] Martí se había fundido en mi alma y yo en la de él de tal manera, que a pesar de todas nuestras desgracias éramos dos criaturas felices por el cariño tan grande y desinteresado que nos teníamos…”
Por fin, llega la hora de la partida hacia la eternidad. Corre el día 30 de enero de 1895.
Antonio Maceo, el Titán de Bronce, el legendario héroe esta herido y frustrado con el apóstol. Los recursos para iniciar la guerra definitiva son muy limitados. Los hechos de la Fernandina han dejado las arcas vacías. Martí se agiganta, toca las puertas de todos los que puedan ayudar, recauda centavo a centavo más de lo humanamente posible. Por fin, con lo mínimo le pide a Maceo que lleve la expedición a Cuba. Los recursos no son suficientes, Maceo pide más. No hay tiempo para explicar. Martí asigna a Flor Crombet como jefe de la expedición con la orden de una vez desembarcado entregar a Antonio el comando del ejército libertador.
El alma de la Revolución, desde Santo Domingo en compañía del Generalísimo Máximo Gómez, llega por Playitas en el Oriente de Cuba el 11 de abril de 1895. Los que lo vieron andar el monte sin escuchar una queja dicen no saber de dónde sacaba las energías aquel hombre delgado y pálida tez. Los mambises con orgullo le llaman Presidente, los oficiales lo nombran Mayor General.
Un acontecimiento desgarra el corazón de Martí. En la Mejorana, los tres jefes máximos se reúnen. Maceo esta enardecido. Le increpa a Martí por la ofensa, alza la voz, grita irritado. Máximo Gómez, irrumpe con su voz de mando, el Maestro, que ama a estos dos hombres, es conciliador, pero firme. Deja rastro de este día en su diario de campaña.
El 19 de mayo las tropas comandadas por el Generalísimo y Martí están acampadas en un lugar cercano a Dos Ríos. Se escuchan disparos. Las tropas españolas al mando del Coronel Sandoval se acercan. Gómez organiza la batalla y le ordena, con su usual estilo, "Martí, retírese, este no es el lugar de usted". Cabalgando y con el revólver empuñado, de frente al enemigo, desobedece la orden. Había esperado muchos años este momento, soportado que lo tildaran de “capitán araña”, no podía ser de otra manera. Pasó por alli un oficial, Ángel de la Guardia, Martí lo exhorta"Joven, vamos a la carga!"; y salieron los dos al limpio, al espacio menos intrincado, en medio de la confusión de aquellos momentos. Cayó Martí de dos balazos, uno de ellos mortal; fue herido el caballo que montaba, regalo de José Maceo... Gómez busca con prontitud a los más conocedores del campo para arrebatarles el trofeo a los españoles, pero éstos, que habían identificado el cadáver de un modo inequívoco, forzaron la marcha de retroceso para que la agresión de Gómez no los cogiera en el camino más peligroso.La gran desgracia acaeció a la una de la tarde del 19 de Mayo de 1895; era domingo. Muere un hombre, nace un mito que aun hoy enciende pasiones y es luz de nuestra cubanía.
Si, son muchos atributos para un hombre de tan corta vida.
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