No sé por
qué hoy me vino a la mente Parrado. Entrado ya los 40 años, era conocido en la
oficina por su poco tacto y torpeza infantil. A principios de los 80’s,
trabajamos juntos en la Empresa Recapadora de Neumáticos de La Habana, justo en
Muralla esquina Aguacate. En una de las locuras del Orate en Jefe, ordenó crear
las uniones de empresas para supuestamente reducir los costos y aumentar la
productividad. Al final, como es sabido,
el “experimento” generó más burocracia, menos productividad y gastos de producción por el
cielo. Pero no es de eso que quiero hablar, sino de Parrado.
Al ser
nuestra empresa la regente de todas las
demás esparcidas por el país, viajaron a La Habana los representantes de cada
departamento como paso previo a la reunificación. El nuestro estaba a cargo de la organización
del trabajo. El primero que recibimos
fue a nuestro homólogo Reinaldo de la ciudad de Santa Clara, capital de la otrora provincia
de Las Villas. En un pequeño saloncito nos sentamos mi entrañable amigo Victor
Bourg (Vitico), Parrado y yo a esperar por Reinaldo, quien llegó puntual como
un inglés. Era un hombre de una
delgadez cadavérica, ojos extraviados y
hundidos, piel pálida, el pelo ralo en
un desorden aparatoso, y encorvado al extremo. Para nuestro asombro, resultó
ser un hombre educado con una conversación agradable y un dominio de la
ingeniería industrial enciclopédica.
Cubanos al fin, al poco rato ya charlábamos y nos tuteábamos como viejos
amigos. Hasta ese momento, Parrado había
sido parco y –para nuestro alivio- sin ninguna metedura de pata de las suyas. Al
parecer, la advertencia hecha antes de comenzar la reunión había surtido efecto
o eso creíamos.
Al final,
nos incorporamos de la mesa para despedirnos de Reinaldo y agradecer su visita. Parrado
lo miró, mejor, lo escudriñó de arriba abajo y le preguntó:
-
Oye, chico ¿Qué edad me dijiste que
tenías?
-
Treinta y cinco – contestó Reinaldo
sonriente
Ahí
ardió Troya
Moviendo
la cabeza en desaprobación y con cara de velorio, Parrado le disparó a boca de
jarro:
-
OYE, CHICO, PERO QUE ACABADO TÚ ESTÁS
Vitico
y yo queríamos que nos tragara la tierra. Perplejos, nos quedamos sin
palabras. Solo atinamos a reprochar con la vista a Parrado por
semejante indiscreción.
Reinaldo
regresó a Santa Clara y del tiro se fue
a trabajar a otra empresa. No supimos vas de él, a quien bautizamos desde
entonces como el “acabado”. Un par de
años más adelante, el Orate en Jefe, desbarató nuestra empresa también y nos
fuimos a trabajar a diferentes lugares.
Han pasado 33 años y nunca más supe de Parrado. Aunque me gusta pensar
que estará aun haciendo de las suyas por allá por La Habana Vieja.
!Acabaron con la gente de Santa Clara!
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