El ruido conocido
indica su llegada a la hora de costumbre. No la distingue aún, pero sabe que en
unos instantes aparecerá con sus lentes de cristales y asientos remendados.
Después, girará en la curva y el tronar del motor ruso espantará los totíes de
sobre los almácigos apostados a ambos lados de la carretera. Luego, el claxon
anunciará el nuevo día, para, finalmente, disminuir la velocidad hasta
detenerse frente a él. "Buenos días, Montoto... está fresca la mañana,
¿eh?" Montoto repetirá algo así como "A quien madruga Dios le ayuda"
o "Quien con Dios se acuesta, con Dios se levanta". Forma poética de
iniciar el duro bregar en la granja del pueblo, que cuarenta años atrás
perteneció a su familia. Los mismos años que Santana ha conducido la guagua
rural. Pero hoy, hoy será un día distinto.
Algo inusual sucede: Santana conduce con las luces apagadas y el claxon ha enmudecido. ¿Habrán cambiado el chofer? ¿Tal vez está descompuesta? Un ritual mantenido por tanto tiempo, aun en épocas de ciclones, guerras o diluvios no puede haber desaparecido por razones simples. En verdad, motivos para estar preocupado sobraban. La guagua se detiene tras un violento frenazo. "Debe ser un chofer novato", piensa Montoto. Pero no, es Santana y no otro el conductor. Este no le saluda. Es más, ni siquiera ha quitado la vista de la carretera y parece no haber notado su presencia. "Coño ¿qué le pasa a Santana, alguna novedad en la familia o estará cabrón conmigo? Yo no le he hecho nada... que recuerde". Toma asiento en el mismo lugar de siempre y, buscando una respuesta, dirige la vista escudriñando a los restantes pasajeros. Lola, la de la tienda de víveres, lleva cara de asustada. Pero es la mejor candidata para preguntas sentada en el asiento contiguo.
-Oye, ¿tú sabes que le pasa?- murmura Montoto mientras lo mira de reojo.
Los ánimos, ya de por sí caldeados por la velocidad que tentaba las amplias curvas, se tornó en ira cuando Santana dejo de recoger a otros pasajeros y pasó por sobre los que se interpusieron en su camino. Ahora si estaban preocupados ¿Aterrados?
¡Chofe', mi socio... oye, para aquí... mira que si llego tarde otra vez me botan del preuniversitario. Por favor, no sigas... oye, sino paras me tirooo, coñooo!
Algo inusual sucede: Santana conduce con las luces apagadas y el claxon ha enmudecido. ¿Habrán cambiado el chofer? ¿Tal vez está descompuesta? Un ritual mantenido por tanto tiempo, aun en épocas de ciclones, guerras o diluvios no puede haber desaparecido por razones simples. En verdad, motivos para estar preocupado sobraban. La guagua se detiene tras un violento frenazo. "Debe ser un chofer novato", piensa Montoto. Pero no, es Santana y no otro el conductor. Este no le saluda. Es más, ni siquiera ha quitado la vista de la carretera y parece no haber notado su presencia. "Coño ¿qué le pasa a Santana, alguna novedad en la familia o estará cabrón conmigo? Yo no le he hecho nada... que recuerde". Toma asiento en el mismo lugar de siempre y, buscando una respuesta, dirige la vista escudriñando a los restantes pasajeros. Lola, la de la tienda de víveres, lleva cara de asustada. Pero es la mejor candidata para preguntas sentada en el asiento contiguo.
-Oye, ¿tú sabes que le pasa?- murmura Montoto mientras lo mira de reojo.
-No sé, está muy
raro... a mí ni me saludó... y chico ¿te has fijado la cara de loco que
trae?
Entonces se percató
que todos compartían la misma inquietud. Lucio, con un gesto combinado de la
cabeza y las manos, indicaba que no sabía que pasaba. Tampoco a él lo había
saludado, es más, esta mañana no aceptó los panes calentitos que siempre
recibía tan goloso. A Obdulia, la maestra, de los ojos le brotaba el pánico a
la par que le vehículo ganaba más y más velocidad. La cual se hacía en extremo
aparatosa por el estruendo de las láminas metálicas sin atornillar. Hasta Virgilio,
el policía, estaba confundido por el proceder de su chofer. Pero lo espantoso
estaba por venir.Los ánimos, ya de por sí caldeados por la velocidad que tentaba las amplias curvas, se tornó en ira cuando Santana dejo de recoger a otros pasajeros y pasó por sobre los que se interpusieron en su camino. Ahora si estaban preocupados ¿Aterrados?
Fariñas fue el
primero en protestar. -Oye, Santana, te llevaste la parada del puesto de
viandas... ¡Chico, para, oye viejo, para...! ¿Pero tú no oyes?... Por respuesta
sólo recibió un acelerón que casi lo tira al piso. Fariñas se aferró a los
pasamanos de la puerta trasera y guardó silencio conservando su mirada atónita.
Virgilio decidió actuar. -¡Oiga, compañero chofer, deténgase por favor! Santana
se volteó para regalarle una sonrisa burlona. Esa era su guagua y Virgilio
quien le servía para organizar el tráfico. Nada más.
Arturito no lo
pensó mucho. Los jóvenes son más raudos para la acción.¡Chofe', mi socio... oye, para aquí... mira que si llego tarde otra vez me botan del preuniversitario. Por favor, no sigas... oye, sino paras me tirooo, coñooo!
Algunos miraron
asombrados. No les parecía bien tentar la suerte. Otros, lo aconsejaron: No te
tires Arturito... tú verás que Santana para... Recuerda que gracias a él
tenemos transporte... además, sino para ahora cuando se le acabe la gasolina tú
verás que para...
Justo entonces, la
guagua se desvío de su ruta y tomó por un campo verde que se perdía en el
horizonte. Los neumáticos se enterraban en el fango, pero Santana se las
agenciaba para sacarlas y seguir. Los espinosos arbustos amenazaban con detener
la guagua, pero que va: Santana era un chofer de mucha experiencia y mañas con
el timón. Después de todo, era el único que aún conducía un autobús ruso.
Parecía que de un momento a otro se volcaría, pero no, seguía en movimiento.
Arturito no esperó más. De un manotazo abrió la puerta trasera y se lanzó al
vacío. Los pasajeros admiraron primero tanto coraje y envidiaron después su
suerte cuando vieron que se incorporaba y decía adiós saltando de alegría. Para
él, la pesadilla cesaba. Otros jóvenes - y no tan jóvenes - siguieron entonces
su ejemplo. Al menos lanzándose quedaba alguna esperanza de sobrevivir. Sin
embargo, no todos tuvieron idéntica suerte, pues muchos rodaron pero no se
incorporaron jamás.
La guagua aun
marcha perdida por sobre praderas desconocidas. Los más valientes, continúan
arriesgando sus vidas. Muchos quedan en el empeño. Los mueve la esperanza
y el ejemplo de los afortunados. Otros, piensan que Santana tendrá sus razones
para hacer lo que hace, después de todo es su guagua ¿no? Los más optimistas,
esperan que la gasolina se agote. Algunos quisieran poder conducir si Santana
les diera una oportunidad, lo cual es poco probable, puesto que las manos de
Santana están bien aferradas al timón, y, para su edad, conserva buenas
energías. Otros más, esperan que se canse o se duerma sobre el volante para
echarlo a empujones. Los creyentes, le piden a Dios que se lo lleve de una vez.
Pero
todos, todos sin excepción se preguntan:
"Coño, ¿cuándo parará esta guagua?"
Porltand,
Oregon Feb 1999
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