Thursday, September 5, 2013

LOS BAUTIZOS DE CONSTANTE


 Corrían los días del verano de 1934 y, a pesar de la proximidad de un huracán, nada auguraba cambios en el tiempo. El sol brillaba regocijándose en los rostros infantiles que no cesaban de sonreír. Las campanas repicaban porque Dios embriagaba de alegría. Días antes, Constante, el sacristán, hizo llevar el mensaje a través de las Hijas de María: ese domingo la iglesia abriría sus puertas sin restricciones para todos los que desearan bautizarse.  Tata, como era conocida Ana Luisa Alfonso y Fernández, fue puerta por puerta buscando a todos aquellos niños  “judíos” con la misión de llevarlos a recibir los santos sacramentos. Ese día su primer hijo también recibiría el agua bendita.

Al fin del día, 22 niños fueron iniciados por la santa iglesia católica.  Tata terminó la jornada exhausta, pero satisfecha de haberle arrebatado todas esas almas a las garras del pecado. Esa noche durmió a piernas sueltas.

El lunes temprano en la mañana sintió que la llamaban. Como la puerta se quedaba sin pasar la talanquera, siempre entreabierta, pudo distinguir la figura del hombre adusto y con ropas  negras que la buscaba.

- Buenos días, Constante ¿qué lo trae por aquí tan temprano?
- Buenos días hija mía. Espero no la haya despertado.
- No se preocupe usted por eso. Me levanto siempre con los gallos. Pero bueno, pase y siéntese por favor.

Tímidamente pasó y se sentó en uno de los sillones de mimbre que flanqueaban la sala.

- Le voy a colar un poco de café. El intento detenerla, pero Tata ya estaba moviendo cacharros en la cocina y se quedó con el gesto en el aire. A los pocos minutos salió con una humeante taza del oloroso Pilón.

- Muchas gracias hija. Estaba delicioso....bueno se preguntará Ud. que hago aquí. En verdad venía, primero que todo, a felicitarla por la hermosa obra de caridad que hizo ayer. Fue un gran éxito para la iglesia y Dios la sabrá compensar...

- No tenía que molestarse en venir por eso, don Constante...

- En verdad, también vine porque…. vaya, al parecer ayer... disculpe, pero creo que se le olvido pagar los honorarios...

- ¿De qué honorarios habla usted? ¿Acaso no anunció con bombas  y platillos que los bautizos serian gratis?

- No, hija, no…. los honorarios de la iglesia son sagrados... ha sido un mal entendido...eso sería pecar....

Tata, que era famosa por justa y tener boca de látigo le increpó:

- Mire usted, Constante.  Si Dios no está contento con los bautizos y cree que esos niños pobres no merecían los santos sacramentos, el ciclón que está por llegar, va a arrancar el techo y hasta la última tabla de esta casa.  Ahora, si Dios está conforme y cree que esos bautizos son una obra  que tiene toda su  gracia, el campanario de la iglesia va a ser arrancado por el viento y rodará hasta el mismísimo charco de los camarones.

- ¡Hija, no blasfemes así! ¿Cómo se le ocurre semejante tropelía?

- Nada más que hablar, Constante.  Veremos lo que Dios decide.


El sacristán tomó su sombrero y se marchó a toda prisa sin dar cabida a lo que sus oídos habían escuchado. El reto no podía ser sino una obra del diablo.

Mientras, el famoso huracán se acercaba a las costas de la isla. La radio y la prensa escrita lo describían como un gran meteoro, recomendando tomar precauciones tales como asegurar las puertas y ventanas, guardar alimentos enlatados y agua potable. Sin embargo, para los lugareños era tan solo uno ciclón más que pasarían en casa tratando de poner a resguardo los muebles y la cristalería, así como asegurando que los animales en las fincas y patios tuvieran un mínimo de protección. Para los pequeños, una emocionante aventura.

El domingo siguiente a los bautizos hizo su entrada con fuertes ráfagas de vientos y aguaceros torrenciales. La casa donde nací 25 años después se estremecía como si todo fuera a saltar por los cielos. Tata se movía veloz poniendo a buen recaudo los comestibles y mi abuelo, martillo en mano, reaseguraba las puertas con travesaños de estoicos maderos, empeñados en resistir las bocanadas de vientos que sacudían la vivienda como un merengue a punto de explotar.  Al amanecer el aire comenzó a menguar y la lluvia se hizo menos intensa. Y por los caprichos del tiempo en el Caribe, el sol ahuyentó al huracán y sus rayos comenzaron a calentar sin compasión.

Todos salían afuera a ver los estragos causados. Afortunadamente, la casa apenas tuvo daño alguno. Mis abuelos salieron al patio y comenzaron a recoger los gajos partidos y los pedazos de zincs esparcidos por doquier. En esos trajines estaban cuando la vecina Nemencia les dio la noticia:

EL CAMPANARIO DE LA IGLESIA SE LO LLEVO EL CICLON DE RAIZ Y FUE A PARAR AL RIACHUELO DE LOS CAMARONES. El único edificio que sufrió daños de consideración en todo el pueblo.

Al parecer, Dios o la mala suerte se encargaron de hacer cumplir la profecía de Tata. Dicen los más viejos del pueblo que Constante no se cansaba de repetir: Yo creo que esa mujer tiene un pacto con el diablo. Mi abuela solo se reía con esa picardía tan típica de ella.

¿Qué si Constante cobró los bautizos? Pues nunca más mencionó los honorarios y cuando veía a Tata la esquivaba como quien teme encontrarse con el demonio.

















3 comments:

  1. Siempre disfruto estos cuentos tuyos sobre el 'mundo real maravilloso' de tu pueblo por tener ese aire de misticismo tan peculiar que siempre los envuelve. La narrativa fluye y engancha desde principio a fin y es dificil ponerlo a un lado para luego una vez que lo empiezas. Hasta el proximo cuento!

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  2. Gracias, hermano. Me alegro que te haya gustado. Tata me contó esa historia cuando yo era niño y sus contemporáneos la daban como verídica.

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  3. Como siempre, con el brillante constumbrismo a que nos tienes acostumbrados, valgan todas las redundancias juntas....Amen!

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