Corrían los días
del verano de 1934 y, a pesar de la proximidad de un huracán, nada auguraba
cambios en el tiempo. El sol brillaba regocijándose en los rostros infantiles
que no cesaban de sonreír. Las campanas repicaban porque Dios embriagaba de
alegría. Días antes, Constante, el sacristán, hizo llevar el mensaje a través
de las Hijas de María: ese domingo la iglesia abriría sus puertas sin
restricciones para todos los que desearan bautizarse. Tata, como era conocida Ana Luisa Alfonso y
Fernández, fue puerta por puerta buscando a todos aquellos niños “judíos” con la misión de llevarlos a recibir
los santos sacramentos. Ese día su primer hijo también recibiría el agua bendita.
Al fin del día, 22 niños fueron iniciados por la santa
iglesia católica. Tata terminó la
jornada exhausta, pero satisfecha de haberle arrebatado todas esas almas a las
garras del pecado. Esa noche durmió a piernas sueltas.
El lunes temprano en la mañana sintió que la llamaban.
Como la puerta se quedaba sin pasar la talanquera, siempre entreabierta, pudo
distinguir la figura del hombre adusto y con ropas negras que la buscaba.
- Buenos días, Constante ¿qué lo trae por aquí
tan temprano?
- Buenos días hija mía. Espero no la haya despertado.
- No se preocupe usted por eso. Me levanto siempre con los gallos. Pero
bueno, pase y siéntese por favor.
Tímidamente pasó y se sentó en uno de los sillones de
mimbre que flanqueaban la sala.
- Le voy a colar un poco de café. El intento detenerla, pero Tata ya estaba moviendo
cacharros en la cocina y se quedó con el gesto en el aire. A los pocos minutos
salió con una humeante taza del oloroso Pilón.
- Muchas gracias hija. Estaba
delicioso....bueno se preguntará Ud. que hago aquí. En verdad venía, primero
que todo, a felicitarla por la hermosa obra de caridad que hizo ayer. Fue un
gran éxito para la iglesia y Dios la sabrá compensar...
- No tenía que molestarse en venir por eso,
don Constante...
- En verdad, también vine porque…. vaya, al parecer ayer... disculpe, pero
creo que se le olvido pagar los honorarios...
- ¿De qué honorarios habla usted? ¿Acaso no anunció con bombas y platillos que los bautizos serian gratis?
- No, hija, no…. los honorarios de la iglesia son sagrados... ha sido un
mal entendido...eso sería pecar....
Tata, que era famosa por justa y tener boca de látigo le
increpó:
- Mire usted, Constante. Si Dios no está contento con los bautizos y
cree que esos niños pobres no merecían los santos sacramentos, el ciclón que está
por llegar, va a arrancar el techo y hasta la última tabla de esta casa. Ahora, si Dios está conforme y cree que esos
bautizos son una obra que tiene toda
su gracia, el campanario de la iglesia
va a ser arrancado por el viento y rodará hasta el mismísimo charco de
los camarones.
- ¡Hija, no blasfemes así! ¿Cómo se le ocurre semejante tropelía?
- Nada más que hablar, Constante.
Veremos lo que Dios decide.
El sacristán tomó su sombrero y se marchó a toda prisa
sin dar cabida a lo que sus oídos habían escuchado. El reto no podía ser sino
una obra del diablo.
Mientras, el famoso huracán se acercaba a las costas de
la isla. La radio y la prensa escrita lo describían como un gran meteoro,
recomendando tomar precauciones tales como asegurar las puertas y ventanas,
guardar alimentos enlatados y agua potable. Sin embargo, para los lugareños era
tan solo uno ciclón más que pasarían en casa tratando de poner a resguardo los
muebles y la cristalería, así como asegurando que los animales en las fincas y
patios tuvieran un mínimo de protección. Para los pequeños, una emocionante
aventura.
El domingo siguiente a los bautizos hizo su entrada con fuertes
ráfagas de vientos y aguaceros torrenciales. La casa donde nací 25 años después
se estremecía como si todo fuera a saltar por los cielos. Tata se movía veloz poniendo a buen recaudo los comestibles y mi abuelo, martillo en mano, reaseguraba las puertas con travesaños de estoicos maderos, empeñados en resistir
las bocanadas de vientos que sacudían la vivienda como un merengue a punto de
explotar. Al amanecer el aire comenzó a
menguar y la lluvia se hizo menos intensa. Y por los caprichos del tiempo en el
Caribe, el sol ahuyentó al huracán y sus rayos comenzaron a calentar sin compasión.
Todos salían afuera a ver los estragos causados.
Afortunadamente, la casa apenas tuvo daño alguno. Mis abuelos salieron al patio
y comenzaron a recoger los gajos partidos y los pedazos de zincs esparcidos por
doquier. En esos trajines estaban cuando la vecina Nemencia les dio la noticia:
EL CAMPANARIO DE LA IGLESIA SE LO LLEVO EL CICLON DE RAIZ
Y FUE A PARAR AL RIACHUELO DE LOS CAMARONES. El único edificio que sufrió daños
de consideración en todo el pueblo.
Al parecer, Dios o la mala suerte se encargaron de hacer
cumplir la profecía de Tata. Dicen los más viejos del pueblo que Constante no se cansaba de repetir: Yo creo que
esa mujer tiene un pacto con el diablo. Mi abuela solo se reía con esa picardía
tan típica de ella.
¿Qué si Constante cobró los bautizos? Pues nunca más
mencionó los honorarios y cuando veía a Tata la esquivaba como quien teme
encontrarse con el demonio.
Siempre disfruto estos cuentos tuyos sobre el 'mundo real maravilloso' de tu pueblo por tener ese aire de misticismo tan peculiar que siempre los envuelve. La narrativa fluye y engancha desde principio a fin y es dificil ponerlo a un lado para luego una vez que lo empiezas. Hasta el proximo cuento!
ReplyDeleteGracias, hermano. Me alegro que te haya gustado. Tata me contó esa historia cuando yo era niño y sus contemporáneos la daban como verídica.
ReplyDeleteComo siempre, con el brillante constumbrismo a que nos tienes acostumbrados, valgan todas las redundancias juntas....Amen!
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