Saturday, March 19, 2011

FLORES

Elsa las mira de nuevo. Son tan hermosas —murmura mientras las palpa suavemente—, nadie más que él las merece. Ha esperado este día por muchos años. La noche anterior fue un gran fastidio. Solo ha fingido dormir en espera del nuevo día. Nunca antes añoró un amanecer con tanta vehemencia. Ahora, el reloj sobre la pared indica que sólo faltan unas pocas horas para que el sueño de niña se haga realidad. Espera, cuenta los minutos cual novia presta al altar.
No le ha importado el precio, ni siquiera cuánto tuvo que caminar para obtenerlas. Otra persona le hubiese dado algunas artificiales, pero para él deben ser tan frescas y naturales como el agua de un arroyo virgen; puras e inmaculadas como la Caridad del Cobre; perfumadas como el aroma del mar en primavera. Al mediodía, las rocía de nuevo por vigésima vez desde la salida del sol. Acerca su rostro, cierra los ojos, aspira el perfume que exhalan tratando de preservar la esencia dentro de su ser. Si algún transeúnte ocasional mirara tras la ventana, pensaría que el alcohol o alguna droga domina sus sentidos. Tal es el estado de éxtasis que genera en su entorno. Pero no, Elsa es sólo una mujer enamorada. Y no de cualquier hombre. Ella lo ama a él, el único, el genial, el que mora encumbrado en un lugar más allá del alcance humano.

Dos horas antes comienza a maquillarse. No quiere que nadie ocupe su lugar. Va cubriendo sus prematuras arrugas, tomando especial cuidado en disimular las patas de gallina que le roban encanto a sus treinta años. Por último, con habilidad de profesional, pinta sus labios de un rosa mate. Mira al espejo y su imagen  la deja complacida. Es la perfecta novia llena de ansias y rubor, de mejillas sonrojadas y palpitante corazón. Ya está lista. Sólo queda ir en su búsqueda.

Desde su puesto escucha el abigarrado murmullo de la muchedumbre. Hay muchas personas en deredor, pero, de todas, ella es la escogida. Los observa y sonríe con la malicia de una chicuela picarona. Lo conoce desde hace mucho. Era muy joven, casi una infante. Su padre la solía llevar a la plaza donde todos admiraban su elocuencia, el juego magistral de palabras con las que vibraba su audiencia en un delirio de exclamaciones y aplausos. Desde el primer instante quedó prendada cual hechizo de un maléfico vudú; embrujada por su elegante porte rematado en completo uniforme verde olivo; de su barba, la negra barba y su estatura colosal por encima de todos; de su voz fuerte y convincente. No, no podría existir otro hombre como este dios griego nacido por ventura en el Caribe. Desde entonces, sólo él moró en su pecho y en cada rincón de su existencia. Las paredes de su habitación no llevaban afiches de los Mustangs o Elvis como los de sus compañeras de clase, sino de su ídolo. Debajo de su almohada, su foto la acompañaba en sus viajes por el mundo de Alicia. Antes de dormir, religiosamente besaba su imagen y con la yema de sus dedos lo acariciaba como si arrullara a un bebé.

Siempre, solícita a cada uno de sus pedidos, orgullosa de cumplir las tareas prioritarias por él encomendadas. Nunca dudó. Con voluntad férrea cumplió cada una de ellas. Tanto como su padre, quien un día no regresó de un país lejano; o de su madre que sirvió de cobayo para uno de sus experimentos médicos. ¿Qué menos podía ella hacer?

Y ahora, por fin, la ocasión anhelada por tanto tiempo: vendría por ella.
"¡Ya viene, ya viene, ya está aquí!", repiten a su alrededor con entusiasmo febril. Ella también puede distinguirlo. Su cuerpo se agita presa de la emoción. A unos escasos metros de distancia, la gallarda figura se yergue sobre el jeep militar. Con la diestra hace el saludo militar, mientras la mano libre abaniquea diciendo adiós. La multitud vocifera su nombre una y otra vez. Todos poseídos por un magnetismo delirante, por un orgasmo de pueblo sacudido por el sismo de su presencia.

"Aquí es mi oportunidad", se dice cuando el jeep ya casi alcanza su codiciado puesto. Toma el ramillete, y, sin pensarlo más, se arroja hacia él. Una cadena humana le cierra el paso. Con agilidad felina rompe el cerco. Ya está a punto de entregar su más preciada prueba de amor, cuando el estruendo de varios disparos llega de distintas direcciones. Elsa clava sus ojos en él mientras sus piernas se doblegan tomadas por la muerte. El eco de los disparos resuena en el aire, los pétalos se mezclan con la sangre vertida sobre la acera y sus labios pierden el color rosa mate de hace sólo unos segundos.

La TV y la radio oficial repiten una y otra vez las últimas noticias:
"Una agente del enemigo, una traidora vil, trató de asesinar a nuestro Gran Líder esta tarde. Gracias al apoyo decidido del pueblo, fue fulminada en el momento, abortando los planes del imperialismo una vez más".
"¡Viva nuestro máximo líder!".
"¡Socialismo o muerte!".
Portland, Oregon, Julio de 1995.