Tuesday, June 30, 2015

La Muchacha del Farol


No había dudas que andaba preocupada. Me tomó de la mano y me llevó hasta el brocal del pozo de 11 varas exactas, hecho veinte años antes en el patio al fondo de la cocina. Me indicó que me sentara pues tenía que decirme algo muy importante.  Pensé en alguna majadería de mi hermano Víctor o algún otro “chisme” de barrio. Pero no, su rostro iba cargado de preocupación.  La ansiedad tocó a mi puerta y sin preámbulos dije:

-¿Qué pasa vieja? ¿Alguien te ha hecho algo?

Sonrió - ¿Quién va a querer hacerme daño si a mí me quiere todo el mundo?  

Tata, como la llamábamos todos, recogía el amor que sembró en muchas décadas de vida  ayudando y haciendo el bien al prójimo. Tenía razón, nadie le deseaba mal y todos la querían.  Descarté la idea y presuroso le insistí me dijera que pasaba.

-Paciencia mi’jo. No es nada malo.

Se pasó su mano derecha en forma semicircular alrededor de los labios. Un hábito suyo cuando ordenaba sus ideas. Me miró a los ojos desde el azul intenso de los suyos y comenzó.

-          Desde hace varias semanas, siempre a la misma hora, sobre las dos de la madrugada, tocan por fuera la pared de madera de mi cuartico –indicó con el dedo la habitación justo al frente donde conversamos- y llaman por mi nombre…Tata…Tata…

-          ¡Que yo agarre al que te está haciendo eso! La graciecita le va a costar caro.

-          Tranquilo, Jorgito, no es ninguna maldad de nadie. Escucha y verás.

Prosiguió.

-Pues cada vez que tocaban la pared y decían mi nombre sentía unos escalofríos que no me podía mover y menos contestar.  

Sabiendo que  la vieja no creía en cuentos de camino, no le temía a la oscuridad,  las ranas o al tenebroso majá de Santa Maria, como la mayoría de los mortales, su confesión esotérica me dejó boquiabierto.  Proviniendo de ella que nunca le dio crédito a los cuentos de aparecidos que pululaban por la zona de Campo Florido y todos los pueblitos adyacentes como Las Minas, donde nací y me crié escuchando miles de historias de espíritus y casas malditas. Ella sólo sonreía cuando los escuchaba y me decía bajito al oído – Ese cuento lo he oído miles de veces  y siempre le añaden algo – restándole toda credibilidad.  Si, motivos para preocuparse habían.

-          ¿Y no sabes quién es?

-          Bueno, al principio tuve dudas, pero ayer tuve la certeza de saber quién es.

-          ¿Cómo es eso? – Pregunté intrigado

-          La respuesta me la dio Juanito.

Juan González, conocido por todos como Juanito, era nuestro vecino y primo hermano de mi abuelo Virgilio. Temprano, diariamente, lloviera o relampagueara, a las 4 de la mañana ya estaba en camino hacia su finquita para ordeñar sus vacas. El gobierno le había expropiado las tierras a los campesinos, dejándoles solo 70 cordeles o lo que es lo mismo, una pequeña parcela, que producía más que todas las tierras intervenidas, llenas de yerba mala y marabú desde que el inepto Estado se apropió de ellas.

-          ¿Vieja, que tiene que ver Juanito en eso?

-          Pues ayer por la tarde ya cayendo la noche, cuando Juanito regresó amarró el caballo a la entrada de su casa, pero no entró, sino vino directo hasta donde yo estaba barriendo el patio. Después de saludarme y agradecerme por un preparado con yerbas medicinales que le hice para una inflamación que tuvo en un pie, se quedó sin palabras. Era evidente, quería decirme algo y no sabía cómo.

-          Juanito lo noto preocupado ¿Le pasa algo?

-          Disculpe usted Tata por mi indiscreción, pero hoy por la mañana me encontré con una mujer joven, yo diría que una muchacha de unos 14 años más o menos,  justo frente a la barranca de la casa de Mercedita. Me extrañó mucho ver aquella muchachita a esas horas por allí, vestida de blanco y con un farol en la mano. Cuando iba pasando por su lado, me preguntó si yo sabía dónde vivía Tata. Le dije  por supuesto, mientras le indicaba que recién  había pasado la casa donde usted vivía –Mercedita era nuestra vecina inmediata a mano izquierda y Juanito a mano derecha -  Entonces me sonrió y me dio las gracias.

-          Vieja ya me tienes intrigado. No me has dicho quién puede ser. 

Tata no acostumbraba a llorar con facilidad. Al mirarla, noté sus ojos bañados en lágrimas. Puse mi brazo sobre sus hombros y le di un beso en su bella mejilla arrugada.  Tomó aire, se repuso y continuó.

-    Cuando vivíamos en Campo Florido, por allá por Canta Rana. No teníamos luz eléctrica. Llegó mucho después por gestiones del General Rego con el Presidente Menocal.  Si mal no recuerdo, Rego fue su jefe mambí en la manigua. El caso es que nos alumbramos con quinqué de mechas y ahorrando el combustible. Consuelo mi hermana era la mayor y yo le seguía.  Por ese entonces, después de apagar los faroles y acostarnos a dormir, Consuelo comenzó a levantarse envuelta en la sábana, tomaba el quinqué del cuarto y salía corriendo dormida. El padecimiento de sonambulismo lo tuvo hasta que cumplió los 17 y el tendido eléctrico nos trajo los deseados bombillos incandescentes.

-        ---  Pero eso pasó hace más de 70 años…y tía Consuelo murió hace más de un año.

-          Precisamente mi’jo.  Ella murió y recuerda que estuve enferma en cama y no pude ir al velorio. Desde ese fatídico día, he tenido el pesar de no haberme podido despedir,  y eso ha estado martirizando mi consciencia. La he tenido desde entonces presente con ese  gran dolor. Lo curioso es que desde que Juanito me contó su historia cesaron los golpes en la pared y sus llamados con mi nombre. Inexplicablemente, donde había pesar hay alegría.  Ella quiere que sepa que está bien, que me sigue queriendo como cuando éramos niñas, la perseguía y la abracaba para detenerla cuando salía corriendo sonámbula.  La abrazaba y le decía al oído “no corras más así, no quiero que te pase nada malo”. Se despertaba, abría los ojos,  me daba un beso y decía “no te preocupes mi hermanita, ya estoy bien”.

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Mi vieja cerró sus ojos en el 2008. Veinte tantos años después de esta historia cuando se acercaba a sus 100 años. Yo tampoco pude despedirme de ella. Me reconforta pensar que estará jugando con su hermanita Consuelo, rodeada de cariño y feliz.  Eso espero hasta el día que me una ella y le pueda decir ¡Que abuela más grande fuiste!
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