Wednesday, September 28, 2016

LA MURALLA

Martica recién había cumplido catorce años, pero ya asomaba la mujer voluptuosa que dentro de poco arrebataría provocando piropos lascivos.  Ajena a ese  mundo lujurioso, el suyo era otro reino. Me ha sonreído justo al entrar en clase. Sabe que su hermano  me aprecia y ella me atrae. Parece haber nacido en el medio oriente. Sus rasgos entre asiática y trigueña cubana le regalan un aire de no pertenecer al medio. Sonríe poco y habla menos tanto en clase como fuera de las aulas. A pesar de mi ateísmo rojo, hay una comunicación silente entre ambos. No es una gran estudiante, aunque si constante con una disciplina de cadete. 

Hoy es un día especial: daré mi primera clase sin asesoramiento. Después de ganar el concurso provincial de Historia, es un premio impartir un tema tan importante como “Las Causas del Fracaso de la Guerra de los Diez Años” sin siquiera recibir el visto bueno de la Profesora Isabel Estrada.  Ella me exhibe como un trofeo y a todos  dice  me ha preparado muy bien, tan bien que he ganado un duro concurso a nivel de la FEEM provincial, repite horonda cada vez que puede.  Como premio me ha regalado una enciclopedia impresa en Moscú por la editorial Progreso.  En verdad, la historia es mi pasión y estudiarla es un placer, así que me ha dado por la vena del gusto. Nada vaticina la tormenta que se aproxima. Hay calma y paz.

La profesa Isabel hace la presentación.

Bueno, atienda acá por favor.  Como ustedes saben, Jorge ha ganado el concurso provincial de Historia. La muchachada empezó a aplaudir y yo me puse más rojo que la vergüenza. Busqué los ojos de Martica. Me sonrío de nuevo e hizo un gesto afirmativo con su cabeza. La expresión de su rostro me devolvió la confianza que necesitaba. Por eso, les pido hoy su cooperación puesto la clase será impartida por él. Algunos chiflaron bajito como diciendo lo que te espera, Jorge. Les repito, él impartirá la clase, pero yo velaré por la disciplina. Por su intransigencia y rectitud le llamaban la “muralla”. Ella conocía su apelativo y disfrutaba repetirlo cada vez que tenía una ocasión: Soy la muralla y por encima de mí no pasa nadie ¿Entendido? Además, era la secretaria del partido comunista de la escuela.  Su ortodoxia era conocida. Un ser implacable con los profesores con “desviaciones ideológicas” que podía ser desde silbar Yesterday de los Beatles o una camisa muy subida en colores.   En el núcleo del PCC,  una Stalin con los militantes. En verdad, todos la temían. Personalmente, sentía respeto y admiración por ser una profesora capaz de llegar a todos los estudiantes. Sabia de su dureza, pero disfrutaba sus clases y el trato especial que recibía debido a mi dedicación a la asignatura. A veces pensaba que la gente exageraba al describirla como un ser intolerante hasta con único hijo, quien prefirió asistir a  otra secundaria para librarse de la riendas maternas.

Bien Jorge, la clase es suya. Dijo con voz de mando esbozando una sonrisa que se  convirtió en un rictus facial.

El asunto de la clase de hoy es: Causas del Fracaso de la Guerra de los Diez Años. Empecé un poco nervioso mientras escribía el asunto en el pizarrón.  Isabel aprovechó para ir de pupitre en pupitre revisando los cuadernos de notas. Los pedía a cada alumno y permanecía de pie mientras las leía  y hacia anotaciones acompañadas de gestos de desaprobación o abriendo los ojos si descubría algo de su desagrado. Hasta ese momento solo se escuchaba mi voz. Llegó junto a Martica quien presta le extendió su libreta de notas. Un estruendo inesperado nos paralizó a todos.

-¡Hija de  Puta…! Gritó Estrada mientras con brusquedad tiraba el cuaderno de Martica contra el suelo y le propinaba en su rostro adolecente una bofetada.

La tiza se desprendió de mi mano. Todos no quedamos en shock sin saber el porqué de aquella explosión de ira. Martica no lloró. Sentada en su pupitre la miró con lástima. Sentí deseos de golpear a Isabel Estrada. Era imperdonable lo que acaba de hacer.

-Con usted no doy más clases- Dije mientras salía del aula con la sangre hirviendo.

Algunos se levantaron y me siguieron. Martica no se movió. Con su autocontrol nacido de la fe  había derrotado a la “Muralla”.  David venció a Goliat. El “pecado” de Martica había consistido en escribir el origen de cada nota tomada con un “según la profesora”, “de acuerdo al libro de texto”, para dejar claro que no era su opinión ni la enseñada a los Testigos de Jehová.

Isabel me expulsó de la escuela. A los otros que salieron de la clase después del incidente les permitió entrar de nuevo. No perdonó que su alumno estrella no la secundara en su acto bestial. Gracias a la mediación del director de la escuela, Luis Valle, amigo de mi familia, logré incorporarme a clases exceptuando la de Historia. Solo permitió examinarme para las finales que se avecinaban. Estudié con ahínco copiando las notas  por otros compañeros de clases y leyendo muchísimo. Para darme la nota, me llamó a su pequeña oficina que también era la del Partido Comunista de la escuela.

-Ha hecho usted un examen excelente. Ni una falta de ortografía. Así que tiene 100 con signo plus ¡Qué lástima que sea tan insolente y débil con el enemigo.

- Muchas gracias, señora.

- Señora no, COMPAÑERA- Me gritó a todo pulmón. Su voz resonó dentro de las cuatro paredes como tiro de cañón.

No dije nada más y pedí permiso para retirarme.  Algo en mi cambio para siempre. No podía creer en una ideología que aplastara al que pensara diferente, que consideraba enemigo a alguien que creyera en Dios o simplemente viera el mundo desde otra óptica.  Ese día, la Muralla Roja comenzó a derrumbarse ante mis ojos.