Thursday, December 12, 2013

CAPITÁN


-Capitán, parece en atención-  Le ordena la voz de Mario Méndez.

Como cada tarde, justo antes de caer la noche, sentado sobre el puente y escoltado por su mascota. Por debajo, corrían las líneas del ferrocarril. El lugar algo místico, encantador con su gran algarrobo florido, justo al lado del puente, cual músico inspirado vibrando sus  vainas  batidas por el viento.  Las dos terminaciones en curvas barrocas donde solíamos sentarnos.  Los muchachos de la barriada acampábamos para escuchar los cuentos de aparecidos de Mario Méndez y reírnos de las peripecias de Capitán, el perro de patas cortas y pelo negriblanco  ralo, que obedecía sin chistar la voz de su amo, mejor, su amigo. 

-Pues sí, eso pasó por allá por Jagüey Grande…que me trague la tierra si miento -así comenzaba cada historia.  Entonces, sin previo aviso, podía detener  la narración, dirigirse a su perro y bien serio preguntarle-¿No es así, capitán? Quien  ladraba y movía su cabeza afirmativamente provocando una sonora carcajada en la muchachada.

Las peripecias de Capitán eran bien conocidas en el pueblo.  Mario lo hacía pararse en atención en dos patas  o girar dando la media vuelta militar. Siempre llevaba con él dos laticas. Una para darle de comer y otra para el agua.  Pero, a veces, tenían otra función: eran el "tesoro". Con su voz de locutor de campo, le ordenaba: - Capitán, ese es el tesoro que usted debe cuidar…escuche bien, nadie lo puede tocar ¿Entendido? El can emitía unos gruñidos de aceptación y, si alguien osaba acercarse, ladraba enseñándole todos los dientes en tono amenazador.  Ahora bien, cuando Mario daba la orden todo cambiaba – Capitán, deje que los niños toquen el tesoro- Los gruñidos cesaban, se retiraba y permitía que  lo tocaran sin reparo alguno.  

Cuando oscurecía, Mario y Capitán se retiraban a su casita de palma y guano, justo al final del callejón que nacía pasando el puente. Me parece verlos aún: la figura quijotesca de más de 6 pies, sonriente y dicharachero acompañado de su gran amigo.  

Una tarde faltaron a la cita. Nos preguntábamos qué podría haber pasado.  Preocupados, nos dirigimos a los mayores,  quienes descubrieron que Mario ya no estaría más con nosotros. Capitán entristeció y se negó a comer. Modesto, el veterinario,  diagnosticó no sé qué parásitos.  Pero nosotros sabíamos que, simplemente, había decidido acompañar a su inseparable amigo en esta última aventura, como sucedió unos días después.  En verdad, me gusta pensar  que  siguen allí, haciendo reír a toda la muchachada. Si cierran los ojos, también  ustedes los podrán ver.